martes, septiembre 30, 2008

Piojos

Sunday December 2, 2007 - 12:43 am

Piojos


“Las personas son como los piojos: se te meten bajo la piel y se entierran en ella. Te rascas y te rascas hasta hacerte sangre, pero no puedes despiojarte de una vez. Donde quiera que voy las personas están echando a perder sus vidas. Cada cual tiene su tragedia particular. La lleva ya en la sangre: infortunio, hastió, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastres, frustración, futilidad. Rascarse y sascarse... hasta que no quede piel. Sin embargo su efecto en mí es estimulante. En lugar de desanimarme, o deprimirme, disfruto. Pido a gritos cada vez más desastres, calamidades mayores, fracasos más rotundos. Quiero ver el mundo escacharrado, quiero que todo el mundo se rasque hasta morir.”[1]


Estoy disfrutando tanto este libro, llego a mis manos en el momento justo. Esa sinceridad tan íntima, abrumadora y tan descubierta. existencialismo tan fútil y desgarrador. crudo. toda una narración de sensaciones destapujadas.

Sigo pensando en Aguascalientes y no en el lugar necesariamente, Aguascalientes fue como inhalador de emergencia, me estaba ahogando en mi misma, mis piojos se me estaban enterrando más profundo bajo mi piel y necesitaba escupir todo ese asco y hastió. cualquier pretexto para largarme inmediatamente y mandar todo al carajo. cualquier cosa. las conferencia. aire limpio. acentos foreños. ¿¿chocolate??, lo que fuera era igual de importante, estando allá el pretexto sería lo de menos. Estaba seducida ante la idea de abandonar a todos y todo aunque fuera por unos días. Cada que me acercaba mas, olvidaba y añoraba mas distancia. Me sentí tan egoísta y me encanto.

La lejanía, la libertad. Fue un placer casi sexual, las dimensiones volvieron irreales mis dramas y ame realmente mi egoísmo, mi indiferencia, respirar profundo y reír con ese humor ácido a carcajadas, estar rodeada de las personas que están padeciendo lo mismo que tu, beber del mismo licor y, ¡¡aaaaah!! me emociono de recordar esas sensaciones, de querer excederme a mis anchas, de estar a la suficiente distancia para no sentir ninguna culpa.

Pero acabo, y como chiquilla estuve a punto de una explosión en berrinche. Lo retuve a la fuerza pero mi cuerpo lo escupió, en cuanto me acercaba más a la ciudad me sentí como animal enjaulado, desesperada, ansiosa, nerviosa. Comencé a sentir náuseas y repulsión -lo que atribuí a la asquerosa película de zombies- y no termino, fue como si al cruzar el límite federal me contagiara con la pesadumbre: tuve fiebre, dolor de cabeza y se me cerró la garganta.

Tanto compromiso puede ser algo terrible, tanta añoranza puede volver los días tan indiferentes, se le pierde el sabor, se vuelven insípidos. Amo lo que estoy haciendo en este momento de mi vida, pero odio tener que sacrificar tanto para conseguirlo , lo que desearía abandonar es esta racha de aire brumoso que pasa a mi alrededor y me asfixia. Deseo volver a huir.


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[1] Henry Millar. Trópico de cáncer. editorial Punto de lectura

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